Me sentía bien, todo me sonaba extraño, pero acogedor. Aquel paisaje era perfecto, idílico, ideal. Sufría cambios espirituales, caminaba hacia arriba, hacia abajo, derecha, izquierda, me tumbaba, pensaba, escribía, vivía. No me faltaba nada, de hecho era bastante feliz.
-¿Por qué no quedarme aquí de por vida?- Pensé, y decidido, con voz plenamente firme, me levanto y grito:
-¡Al fin pertenezco al universo!
Veía pájaros volar, peces nadar en el mar, el sol relucía como nunca antes, no hacía frío ni calor, todo era excelente, sonreía. De pronto, una pequeña, nítida y distante voz se oía al fondo de la vegetación. No sabía quién podría ser, pero tenía compañía. Agradecí ser complacido así, y llegó el encuentro. Cruzándome con ella, nada más verla me enamoré, pensé que sería la musa de mis musas, mi compañera, mi amiga, la mujer de mis sueños. No asimilaba lo que estaba pasando, creía que no era real.
-¿Qué haces aquí?- Pregunté, sin respuesta.
-¿Hola? ¡Respóndeme! No, ¡no! Por favor, no te vayas...
Tan pronto como llegó, se fundió mezclándose con el aire que yo mismo respiraba, voló cual ángel hacia el cielo. Y con ella el paisaje se evaporó dejando así nada.
Abrí los ojos, inconsciente, y sí, volví a la realidad, todo había resultado ser un simple pero hermoso sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario