Como siempre, angustia. Días en los que ni yo mismo me entiendo, noches en las que ni siquiera la luz de aquella luna que relucía en la oscuridad de mi soledad podía sanearme. Es tan fácil hablar sin entender, es tan difícil entender sin poder pensar... Probablemente, allí, a años luz, en cualquier otro planeta, otra estrella, pueda encontrar aquel lucero, aquel camino que algún día me guió. Mi propia soledad no es suficiente, miro hacia arriba de nuevo y no veo nada, sólo un cielo infinito y oscuro, lleno de consejos necios, una bombilla que se funde una y otra vez. Cuando todo acabe, ¿podré saber quién está detrás de mi alma, detrás de mi? Días en los que nadie me levanta, días en los que me quedaría en mi cama para no ver la realidad. Soñar, soñar y soñar es lo que pido, acurrucarme de nuevo en la cuna que me acogió durante mi infancia, pensar en mis primeros meses, rememorar. Todo se va. Amores sin pasión, un beso sin labios, un árbol sin raíces, un poeta sin poesía, infinitos martes trece.
Cuando todo acabe, acabará, pero yo no viviré para contarlo.
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